Cuando yo era pequeño, no sé cómo está la cosa ahora, un momento crucial en el colegio era cuando pasabas de escribir con lápiz a usar el bolígrafo. De alguna forma era como el principio de “hacerse mayor”. Se suponía que con el lápiz podías borrar fácilmente y con el boli no, así que al pasar al boli de alguna forma tenías que estar más seguro de lo que ibas a escribir, y tenías que ser más cuidadoso porque las manchas de tinta no se van fácilmente. Con respecto a las manchas no lo sé, pero con respecto a no borrar no se puede decir que fuera un gran éxito. El boli no se podía borrar fácilmente, pero se podía tachar. Y si no, siempre podías comprar Tipp-Ex y dejar tu cuaderno como un informe desclasificado de la CIA, o usar una “goma de boli” y lijar el papel hasta hacer un agujero.

Creo que nadie pensaba mucho en lo que se perdía. El lápiz es mucho más expresivo que el boli. La presión que haces contra el papel, la forma de apoyar la mina e incluso la forma de sacarle punta permiten obtener diferentes grosores de línea, tonos de gris y texturas del grafito sobre el papel. Que puedas borrarlo también es un instrumento para la expresividad: por ejemplo, una técnica básica para representar brillos en dibujos a lápiz es rellenar la zona con un degradado de grises y añadir los brillos borrando con una goma.

En muchas pinturas de los grandes maestros se pueden “ver” (con las técnicas adecuadas) capas por debajo con pruebas y cambios de opinión. A esto se le suele llamar pentimento (o arrepentimiento). Los grandes maestros alteraban el trabajo sobre la marcha. A veces porque habían pintado algo mal, a veces porque cambiaban de opinión, o porque su cliente cambiaba de opinión. También es posible que la acción física de tocar el lienzo con el pincel fuera necesaria para entender realmente la obra que estaban haciendo, y que las primeras pinceladas les transmitieran algo que ningún boceto ni plan les había podido proporcionar. Bocetos que, por otra parte, también eran parte del trabajo cotidiano de los grandes maestros ante la preparación de cualquier obra que no fuera trivialmente sencilla, especialmente con partes complejas como figuras humanas, manos o rostros.

Es interesante conocer también la técnica del sfumato, que consiste en aplicar muchas capas muy finas de pintura que se van difuminando para conseguir un resultado que, por ejemplo, Leonardo da Vinci usó en La Gioconda. El resultado no se puede conseguir de otra forma: este proceso es, por su propia naturaleza, iterativo.

¿Qué esto no tiene nada que ver con el desarrollo ágil de software? Este post trata del fracaso de las metodologías en cascada (el boli), de la necesidad de hacer prototipos para aprender algo que no se sabe (bocetos), de la necesidad de reaccionar ante el feedback que proporcionan los clientes y la imposibilidad de planificar todo por adelantado (pentimento), y de trabajo iterativo (sfumato).  El desarrollo de software es diseño, el diseño requiere creatividad y la creatividad necesita herramientas expresivas, pruebas y arrepentimientos, bocetos, iteraciones, saber escuchar y saber reaccionar. Esto es desarrollo ágil de software.